miércoles, 17 de febrero de 2016

 

Guadalupe Icazbalceta


S/T

 

Prefiero a la gente linda sonriente, 

mas también calma, 

en un entendido de innecesaria  zozobra,

sin grito interior, con   la sabiduría  que  arroja la contemplación, humanamente bella. 


Mis otros yo multicolores,

Con quienes se pueda dialogar  con el lenguaje del humilde corazón

y la gracia de la hermandad, 

simplemente  interpretar  el grito de los silencios del alma.  

¿A donde se han ido  todas esas voces  silentes?  

Se me acabó el tiempo de desperdiciar,

he entendido quién soy,

no caminaré junto al precipicio. 

Me gusta rodearme de almas que cantan a coro

con las voces del cielo

entonando la música que calma

las insistentes angustias del ser.

viernes, 12 de febrero de 2016

Guadalupe Icazbalceta


S/T

Moría la tarde lluviosa y bien fría

Tan lentamente y yo con tal prisa

Busqué lo faltante, no lo conseguía

Los nervios cundían, ninguna sonrisa

 

Salí donde el coche y ya oscurecía

La llanta ponchada, lo que acontecía

Salió de la nada, con dulce sonrisa

A cambiar la llanta con su cortesía

 

No era eso lo que  esperaría

Más con disimulo se me aparecía

La vida mandaba mucha fantasía

Aunque no encontrara lo que seguiría

 

La llanta arreglada, la vida cambiada

Nunca más sería, una niña errada

A caminar juntos  ya nos sucedía

Y todo por causa de una tontería

jueves, 11 de febrero de 2016

Guadalupe Icazlbalceta



S/T


Pagué en el cajero

Fui al aparcadero

Manejé despacio

Rumbo de San Lacio

Fui por mi esposo

Nos fuimos a casa

Me puse el rebozo

Me fui a la Terraza

Prendí la televisión

Tomé una taza

Busqué el nueve en cablevisión

Preparé la masa

Calenté los pastes

Avisé al marido

Lavé muchos trastes

Miré el partido

Vi Puros desastres

Lo lancé al olvido

Atrapada en el lodo, se seca

Max Calva 
Generación del 56.
 “Llenando espacios para compartir el cuento de la vida”

Atrapada en el lodo, se seca.
Afuera todo es azul y frío, creo que ya es invierno, debe ser porque las hojas no son verdes , hoy son doradas , debe ser porque en ese inmenso jardín todos traen abrigos, bufandas, gorras de mil colores. Todos caminan muy lentamente con la vista hacia abajo, como buscando algo que dejan en cada paso, o tratan de encontrar lo que el de adelante va dejando, podría ser suyo, mío o de cualquiera, difícil de saber. 
Creo que han pasado varios días desde que quiero abrir la ventana, igual que siempre, no me puedo levantar de este sillón, me envuelve como nubes de tormenta, es enorme, está forrado de plástico color vino, es un color horrible, huele muy mal, me lo cambiaron por el otro que tenía, color café, de tela muy calientita, no sé por qué siempre estaba mojado. Todos se enojan y regañan demasiado, todos son diferentes a diario, ninguno es igual, solo me llegan algunos recuerdos, recuerdo a mi Jonás, que siempre viene con esa señorita, él dice que es mi prima y mi mejor amiga, cuando le veo las manos, los dedos, las uñas, me recuerdan el sabor rancio a medicina que traigo desde que abro los ojos hasta que los cierro, ella debe de cuidar bien de mi Jonás, no lo deja nunca solo, siempre llegan juntos, siempre se van juntos. También viene la Juanis, de ella es de la que más me acuerdo, siempre la tengo presente como a alguien a quien debo de contarle todo, aunque no sé qué contarle, viene a diario, no como mi Jonás que viene muy poco. La Juanis me dice todos los días que yo era una gran directora de mi empresa, que fabricábamos y vendíamos ropa a todo el mundo, que la ropa tiene mi nombre, no se para qué le pusieron mi nombre, si ni siquiera me acuerdo de él. A veces me acuerdo de muchas cosas, me pongo a llorar como loca y me vienen a inyectar nuevos sueños y tranquilidad, es bonito sentirse así, dormir tranquila. Hace ratito se paró junto a el sillón un señor que dijo que era mi papá, algo así le entendí, yo creo que era un doctor, estaba todo de blanco, muy guapo, era algo grande, canoso, me dijo que pronto, un día de estos me acordaré de todo, que estaré muy bien y recuperaré todo lo que me están haciendo olvidar.
—Jonás, ¿qué haremos? Pasan los días y esta loca no firma nada, no entiendo cómo puede más la famosa Juanis que tú.
—Tranquila mi amor, disfruta de este frío calador de Nueva York, al rato te lo quito en el hotel.
—Tantos años alimentando esperanzas y nada de nada.
—Así es, la alimentaste muy bien a diario, no lo puedo negar, hoy el daño debe ser irreversible, sólo hay que esperar otro poquito, ya los abogados están apurando al juez, ya sabes cómo es eso.
No sé qué lugar es este, tengo mucho frío, entra un aire helado por esa ventana abierta, todo a mi alrededor esta blanco y sucio, parece un hospital, estoy en esta cama apestosa amarrada de manos y pies, creo que me inyectaron algo porque estoy muy mareada y veo lucecitas, ahora escucho gritos y aullidos de gente que está cerca de mi cama, que bueno, ahí viene Juanis, le diré que me suelten, que me ayude a parar, que me lleve a mi casa, necesito urgentemente darme un regaderazo e irme rápidamente a la oficina, hoy es el último día para darle el visto bueno a la nueva colección de verano invierno, ya luego me arreglare con estos estúpidos que me tienen aquí así, primero lo primero, ¿qué pasa? No puedo abrir la boca, creo que tengo un bozal como animal rabioso, ¡Juanis ayúdame! Oye no me veas con esos ojos, no te rías así, ¿qué te pasa?, gracias a Dios detrás de ella ya está un doctor canoso y guapo, la toma del cuello y la avienta por la ventana. Pronto saldré de aquí. Qué alivio. Me urge firmar todo lo que tengo pendiente, ya encontraré otra Juanis que me ayude.

El Rapto
 
 
De verdad, él nunca quiso robársela. José María Márquez, mayordomo de la finca, leal como hombre y fiel como el más fiero de los perros del patrón. Después de diez años desde su nombramiento por el patrón como mayordomo a la muerte de su padre Venancio, jamás había pasado por su mente la posibilidad de robar o mentir a quien le había entregado toda su confianza.
 
​A los treinta años aún permanecía soltero. Sus múltiples responsabilidades en la hacienda no le permitían desviar su atención hacia acciones o actitudes diferentes a su trabajo o al cumplimiento de las tareas  encargadas por el padre Clemente, el párroco, quien cada ocho días llegaba a la finca a celebrar misa.
 
​A últimas fechas y dado el desasosiego que generaba el constante ir y venir de gavillas de revolucionarios y de vulgares ladrones, estaba bastante ocupado designando vigías y oteadores que le avisaran oportunamente la proximidad de tales grupos para poner a buen recaudo a las seis hijas y a la esposa del patrón.
 
Cuando se daba la alerta, el patrón y algunos de sus mejores hombres salían a toda prisa del casco de la hacienda dejando un rastro fácil de seguir para que los Carrancistas, Zapatistas o Federales emprendieran su persecución y dejaran en paz la propiedad y a las mujeres de la hacienda que estaban bien escondidas.
 
​Para tales ocasiones, José María, “Chema” como le llamaban todos de cariño, tenía preparados costales de maíz y algunos animales que le ofrecía a la tropa y les indicaba el camino por donde se había huido el patrón con las armas y las mujeres. Los rebeldes o los federales tomaban los alimentos y emprendían la persecución de los escapados. Dos leguas adelante el patrón y su grupo se internaban en una cañada casi inexpugnable; sólo unos cuantos continuaban huyendo dejando rastros falsos y más adelante también se escondían. Cuando los perseguidores se daban cuenta del engaño ya estaban muy lejos para regresar a la hacienda, además con los alimentos confiscados preferían seguir su camino.
 
​De esa forma lograron sobrevivir hasta casi el final de la revuelta. Para desdicha o suerte de Chema llegó nuevamente el “Tuerto Luciano” quien ya en otra ocasión se había ido frustrado por no lograr más de tres o cuatro costales de maíz, un marrano y cuatro chivos, pero ni un arma y menos mujeres,  lo que más apreciaban después de meses de andar por los cerros.
 
​Ese día, como siempre, el patrón y algunos peones escaparon a tiempo para despistar a los bandoleros. El Tuerto, taimado como era, algo sospechó y esta vez no salió tras ellos: Chema al darse cuenta, inmediatamente se escondió bien armado junto con las mujeres en un recoveco del aljibe expresamente preparado para eso.
 
​El Tuerto buscó por toda la hacienda: alimentos, armas, animales o mujeres. Luego de ocho años de revuelta y asaltos sin fin, en la Finca ya no quedaba casi nada que se pudiera robar. Encorajinado prendió fuego a la troje o lo que quedaba de ella y siguió su camino, dejando tras de sí una estela de desolación.
 
​Al escondite, en apariencia ideado desde la guerra de Reforma y posteriormente acondicionado: primero habían entrado las molenderas y las mujeres encargadas del servicio de la casa, luego la esposa del patrón y al final las seis hijas. La última fue Loreto, la más chica. En la boca del socavón quedó Chema armado hasta los dientes. Poco a poco, el apretujamiento hizo que el calor de la cercanía de Loreto diera a Chema fuerza y valor para defender las galas que le había encomendado el patrón. Luego, conforme escuchaban que afuera volvía la calma, los cuerpos se relajaron y con sorpresa Chema se descubrió aprisionado por los brazos de Loreto.
 
​Seguro de que ya se había ido el Tuerto, Chema hizo el primer movimiento para salir del escondite. Los brazos de Loreto en vez de soltarlo, con fuerza inaudita le hicieron girar hacia ella y sin más, le plantó un ardiente beso en la boca ante la sorpresa de Juana, la hermana que estaba detrás de ella,  quien con un silencio cómplice atestiguó el nacimiento del romance.
 
​Como era de esperarse, aquella chispa encendida en el aljibe provocó el inicio de una pasión a todas luces imposible. Primero por la diferencia de edades y luego por el estatus social que en esos lugares aún era respetado por todos frente al patrón.
 
​No pasaron ni dos meses antes de que la mamá se enterara de aquella situación y decidiera tomar cartas en el asunto. Primero habló con su hija Loreto,  después con Chema. Encontró sólo silencio, cabezas gachas y una tozudez digna de la mejor de las mulas de la hacienda.
 
​Una noche Loreto vió como su madre entró en el cuarto que le servía de oficina a su papá y al que nadie sin permiso expreso podía entrar. Intuyó de inmediato la tormenta que se iba a desatar. Tomó algo de ropa, se enfundó en unos pantalones viejos de su padre y corrió a buscar a Chema quien estaba a punto de acostarse. Le urgió vestirse y tomar un par de carabinas, y casi a rastras lo llevó al corral donde ensillaron los dos mejores caballos y salieron de la hacienda a todo galope. La luna llena como un gran farol iluminaba la brecha que los enfilaba hacia la libertad.
 
​La furia del patrón creció al percatarse de la huida de los palomos. Salió de inmediato tras ellos alcanzándolos de madrugada en la misma cañada en donde él y sus hombres se escondían cuando huían de las gavillas revolucionarias.
 
​Los vaqueros que lo acompañaban al principio se negaron a disparar sus armas contra la pareja. Luego, no muy convencidos iniciaron el tiroteo contra Loreto y Chema aunque con muy mala puntería. Cuando el patrón se dio cuenta del embuste, él mismo empezó a disparar. Pasados unos minutos apareció una bandera blanca en la boca de la cueva donde estaba la pareja. Cuando cesaron los disparos salió Loreto de la cueva y se encaró con su papá.
 
​─ ¿Papá a quién quiere usted matar?
 
​─ Al infeliz de Chema. Tú quítate de ahí.
 
─ ¿Y por qué lo quiere usté matar?
 
─ Por haberte secuestrado. ¡Te digo que te quites!
Le gritó con más fuerza.
 
─Pos entonces primero máteme a mí, yo fui la que me lo robé y pa’ que lo entienda, antes de que lo mate a él, pasa usted sobre mi cadáver, así que comience a disparar. Y abriéndose la blusa subió a un montículo donde su padre la pudiera ver mejor.
 
Cerca de las doce del día, y bajo un sol canicular entró toda la caravana a la hacienda, donde las mujeres al percatarse de que Chema no estaba entre el grupo rompieron en un mar de lágrimas. Los peones compungidos y estrujando sus sombreros, esperaban expectantes el desenlace de aquella aventura.
 
El patrón ayudó a Loreto a bajar del caballo y se dirigió a su esposa.
 
─ Guarda a esta muchacha voluntariosa y que no salga de su cuarto hasta que llegue Chema con el padre Clemente….
 
 
 
Octavio Gutiérrez
FES Acatlán. Junio 4 del 2014
 
 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Taller de cuento

Taller de cuento
 
Rocío subió al auto visiblemente alterada, respiró profundo , apretando las mandíbulas se dijo en voz baja: Hoy es un día igual a tantos otros donde he salido adelante; no, no va a ser diferente.
 
​Se enfiló hacia el norte de la ciudad. En voz alta inició un discurso de reclamo: “Pero como no me di cuenta antes, si es tan obvio, pero tengo la ultima ficha y Orlando se va a llevar una sorpresa”
 
​La semana anterior, cuando finiquitaba con el gerente del restaurante el arreglo para iniciar el siguiente taller de cuento, éste le preguntó en forma casual y sin asomo de recriminación o queja, si por pura curiosidad había investigado por qué sólo un alumno estaba terminando el taller, si se habían inscrito diez.
 
​No, Rocío contestó honestamente, añadió que se iba a comunicar con todos y a manera de encuesta les pediría platicar cada uno sus razones para no terminar el taller.
 
​El resultado empezó a inquietarla: En los nueve casos, después de varias llamadas, nadie contestó; verificó los números telefónicos registrados por su celular, eran los mismos de marcaciones anteriores, hechas por ella en llamadas realizadas para confirmar la inscripción o informar de alguna modificación en las tareas o de libros a leer antes de llegar a la siguiente sesión.
 
​En forma paralela, envió correos electrónicos a todos, el resultado fue el mismo: todos fueron rechazados por el servidor con la leyenda de “cuenta desconocida”. El asunto empezó incluso a quitarle el sueño. En una de sus duermevelas logró tomar con la punta de los dedos el hilo del problema, y ahora estaba convencida de tener todas las fichas del dominó en su sitio.
 
​Orlando Díaz Nava, cuando se unió al grupo en la segunda o tercera sesión, rápidamente se ganó la confianza y admiración de los otros nueve participantes. Les comentó que ya había trabajado algunos cuentos, mismos que deseaba perfeccionar y seguir trabajando algunos otros en el taller. Les dijo que sus cuentos los iba a firmar como “Odín”, un acrónimo tomado de las primeras letras de su nombre y apellidos.
 
​Platicando con los demás participantes, Orlando les pidió permiso de usar sus nombres para bautizar a los protagonistas de los cuentos que pensaba trabajar durante el taller, situación festejada por todos, ya que casi les ofrecía la inmortalidad al tener sus nombres en una historia.
 
​Ahora, a Rocío le quedaba todo más claro. Recordó de pronto lo que a partir de esa fecha empezó a suceder y que ya le daba más luz a la situación: en la siguiente sesión el primero que faltó fue Adán y casualmente en esa sesión el protagonista del cuento de Orlando era Adán; en la siguiente la protagonista era Anette y desde esa sesión empezó a faltar Anette, y así sucesivamente. Conforme aparecían los participantes del taller como protagonistas de los cuentos de Orlando, ellos iban dejando de asistir.
 
​Rocío dejó su auto, entró al recinto asignado por el gerente del restaurante para dirigir su taller. En la entrada estaba el cartel anunciando su siguiente curso, le dio una mirada y le pareció ver algo no del todo correcto, pero llevaba prisa y ahora lo único seguro era ya estar ahí. Orlando tendría que llegar de un momento a otro. La sudoración de sus manos le molestaba, era algo que sólo había padecido en la adolescencia, y ahora le incomodaba pues le llegaba el recuerdo de esa infortunada época.
 
​La noche anterior,  en la enciclopedia,  confirmó que Odín era el Dios supremo en la mitología escandinava, quien se encargaba de escoger entre los guerreros valientes a aquellos que podía convertir en héroes, y enviaba a sus Valquirias a ayudarles en la batalla, o bien, a trasladarlos al Valhalla si caían en el combate.
 
​ Poetas y juglares se encargaron posteriormente en sus historias y cuentos de agregar a Odín la virtud o vileza de elegir a aquellos mortales que le fueran agradables y a su capricho concederles la inmortalidad llevándolos también al Valhalla.
 
​A las cinco en punto  apareció Orlando, la saludó con un beso en la mejilla. Rocío se preparó para el interrogatorio que llevaba preparado, él en forma por demás entusiasta le pidió le permitiera leer el cuento que traía para esta ocasión, y lo hizo en forma tan vehemente que Rocío aun contra su voluntad, tuvo que sentarse a escuchar el relato.
 
​El cuento, aunque con  errores de ortografía y sintaxis, por su argumento la atrapó de inmediato. Pronto se vio envuelta en el torbellino de la historia, haciendo grandes esfuerzos pretendía mantenerse alerta y aferrada a su enojo, más cuando escuchó su nombre como la protagonista de la historia, palideció y empezó a percibir una sensación muy rara, Orlando en cada momento se veía más grande y ella cambiaba su ángulo visual. Parecía como si ahora estuviera sobre  el escritorio teniendo arriba de ella los ojos de Orlando y no sentada en la silla de enfrente como un momento antes.
 
Hizo un último esfuerzo por mantener su posición original, y en ese instante descubrió  lo extraño del anuncio de la entrada: el nombre de la persona que impartiría el curso era el de Orlando Díaz Nava, su dirección electrónica para informes decía: odin@gmail.com. Se dio un golpe en la frente con la mano y cuando quiso reclamar la felonía, sólo pudo sentir como Odín la doblaba cuidadosamente y la colocaba junto a los demás cuentos que llevaba en su portafolio.
 
Octavio Gutiérrez
Naucalpan, mayo 15 del 2011.   

lunes, 8 de febrero de 2016

Tablero

Georgina Medina
Un día, el tablero de ajedrez nos puso de frente. En la terraza, un viento tibio nos acercó, tanto que  tus ojos crecieron, y de ellos, un lago profundo se derramó. La Luna parpadeó, los cuadros del tablero se movían  como baldosas flotando. Perdí el piso, sentí caerme, tus lianas me ciñeron fuerte, respiré y pude sentir un tambor, dos. 

Tu lago abrió  mis labios, los tuyos se hundieron, arrobo, deleite de ambrosía ,mi suspiro se bebió al tuyo, 
y me traspasó. Bordé suave, paso intimo a dos vertientes, convergieron, se mezclaron. Me deslicé por cascada de agua dulce, adición al alma. Lianas hábiles me apresaron, en giros de fiebre, tu suavidad marea. La tensión se rompió, en liviano desliz y nos fuimos, sin mediar palabras.

Anoche, te soñé, sin tu permiso, llegué mas lejos, brinqué el borde de aquella tarde para recrear lo que pudo ser.

Vuelo de pájaros



Vuelo de Pájaros 

Georgina Medina
Aquí estoy en la cama recostada, tratando de amarrar el sueño, de meterlo a la fuerza en mis ojos, en mis pensamientos para dormirlos un rato.
Las sábanas,  suaves,  me cubren, deslizando sus dedos  de seda, poco a poco se me pegan a la piel, juego con ellas. 
Sin permiso de nadie nos abrazamos,  cómplices nocturnas entre sueños.
Me distrae un sonido, un aleteo, salgo de entre las sábanas, despeinada, ¡oh! nuestra intimidad es observada desde la ventana por un hombre alto, alto, viste de rojo y ámbar.
Cada noche, cerca de la madrugada, llega esa ráfaga de ganas,  correr, respirar con fuerza,  salir volando por la ventana. Tras el cristal, la luz de luna se asoma entre las ramas del liquidámbar, mueve sus brazos  con elegancia.        
Un sonido de aleteo de pájaros sale de entre sus brazos, se escucha como cascada.    Veo en él a un corpulento y bien vestido caballero, que abre su saco  para dejar salir volando con dinamismo a todos los pájaros en él guardados. 
Giran volando como un tornado las faldas del saco, abiertas, hileras de hojas se balancean en enérgico movimiento,  hojas de cinco dedos, acompasadas  en cadencia de vals con giros y reverencias. 
El hombre árbol se yergue hasta el cielo, su tronco gomoso lo sujeta con flexible fuerza, así es que se mueve seguro y con  destreza.
Un viento fresco me limpia la cara, entra desde la ventana con aromas a tierra, a humedad naciente. 
La tierra en sus confines  guarda tesoros, y en el firmamento las chicas del guiño guardan los secretos de los sueños, los que viven gritando ahogados en las entrañas  húmedas y en las telarañas luminosas del cielo.
El hombre del saco de pájaros sigue dirigiendo el vuelo, igual que el director alarga su mano para agitar la batuta, marcar el compás  de las entradas y  salidas   "con fuoco"  e " in crescendo". 
¡Ah!, què bien se respira, el sereno, entra por mi nariz, lo aspiro hasta el cerebro que quiere beberse al viento. 
Respiro al ritmo del vals de pájaros, giran mis pensamientos, como la bandada que huye de entre las hojas, aletea con fuerza, sin ningún remordimiento que limite su vuelo. 

miércoles, 3 de febrero de 2016

SOLEDAD

SOLEDAD
Octavio Gutiérrez
 
— ¿Oiga y a usté por qué la trajeron?
La pregunta rebotó por las  paredes de la estrecha celda sin que en ningún momento lograra entrar en los oídos de Adriana.
 
— Oiga, vamos a estar muchos días juntas y me gustaría saber con quién voy a compartir esta piojosa celda. ¿Es usté drogadicta, ratera, asesina? ¿O qué carajos hizo pá que la trajeran?
 
Nuevamente, el eco de las voces de la otra rea se fue desvaneciendo hasta no dejar más que su recuerdo. No hubo respuesta.
 
Adriana reaccionó, pero en su interior, como si le hubieran rebobinado la memoria, dando inicio, de nueva cuenta, a la película de sus recuerdos presenciada a diario con o sin su voluntad; sólo que esta vez sin saber por qué razón, como torrente desbordado y lleno de vehemencia, salió de su boca gruesa y perlada el relato de su desgracia.
 
─Sí, de verdad que  tiene razón, quizá vamos a pasar largo tiempo juntas, así que primero le voy a contar lo que me pasó, para que haga juicios, y ya luego usted me platicará por qué la trajeron  aquí.
 
─Me llamo Adriana Ortega y soy de Zacatecas, de un pueblito que se llama Cárdenas creo que por Tata Lázaro, y que está como a un día de la capital, no porque esté muy lejos, sino porque hay que dejar la carretera y llegar en mula o burro, cruzando cerros secos y cañadas secas y ríos igual de secos. Y cuando llueve, que es bien pocas veces, pá que le cuento, que no se puede ni llegar.
 
─Y pues ahí me casé con Julián, el hijo de mi padrino Julián y que lo único que sabía era trabajar la tierra y cuidar los chivos, que por ahí hay muchos, o había. Y luego tuvimos dos mocosos, Julián y Pedro como mi papá.
 
─Pues resulta que llegó la seca hace tres años y no lo  va a creer, pero ya no ha llovido desde entonces, y lo que de por sí era tierra árida, se volvió más requete seca.
 
Luego de varios minutos en los que Adriana retomó el aliento, mismos que a su compañera de celda se le hicieron eternos, continuó.
 
─Como le iba yo diciendo, allí en Cárdenas mi marido se quedó con el rancho de mi padrino, mismo que con la seca dejó de dar maíz y frijol, y luego se fueron acabando los chivos, unos se murieron y otros nos los comimos. Hasta que un buen día me dijo el Julián:
 
─Me voy a México con mi compadre Ulogio. Anduvo por aquí y dice que aunque sea de su ayudante, él me consigue chamba.
 
─Yo no estaba muy convencida, porque el tal Ulogio es muy canijo, pero ya ve usté, ellos nunca nos toman en cuenta.
 
─En cuanto llegue y empiece a trabajar te mando dinero y ya sea que ya llueva y tons me regreso, o de plano ustedes también se van para allá.
 
─Todo eso me dijo cuando se vino a la capital. 
 
─Y luego ahí tiene que me escribe y me dice que nomás no se halla, que casi no hay trabajo, que se siente muy solo y que luego que encuentre trabajo me manda dinero y que luego y que luego y puros luego y como no veía nada claro me puse a trabajar de sirvienta en Zacatecas, sólo que con dos escuincles no duraba mucho en ningún lado.
 
─Ya para Navidad que me llega otra carta en que me decía que no tenía trabajo fijo y que de algunas chambas apenas sacaba pa mal comer y pagar un cuarto donde  pasaba las noches sin dormir y también “cargando esta soledad que bien que me está jodiendo y acaba conmigo, me desespero y no sé qué hacer”.
 
─Y yo lloré y lloré porque pus también yo me sentía sola. Hasta que un día  mi
patrona de tanto verme llorar, me preguntó  que, qué tenía y yo le enseñé la carta, la leyó y me dijo.
 
─ ¿Pos pá qué lo deja solo? Ande vaya y no deje que la soledad acabe con su marido y luego con usté, es ley de la vida que donde quiera que vaya el hombre, ahí debe estar la esposa ─me sermonió—. 
 
Y ahí tiene usté que le encargo a la seño a mis criaturas y que me vengo a la capital pá ayudarle al Julián y pos también para que la soledad no acabara con él.
 
—Cuando llegué a la estación me acordé bien de lo que me dijo mi patrona. Fui a un sitio donde el único taxi que había era un bochito rete viejo con decirle que la puerta estaba asegurada con un desarmador pa que no se abriera. Le dije al chofer con mucha seguridá la dirección; y cuando me preguntó que por donde era, le di las señas como si deveras la conociera. Pero va usté a creer que el del sitio bien que se las olió que yo no era de aquí y me anduvo tanteando hasta que le grite a un policía y ya me llevó a la casa del Julián. Cuando le quise pagar me dijo que mejor me esperaba por si no me quedaba, ya que por ahí era rete peligroso y no entraban los taxis.
 
─Entré en una vecindá muy vieja. Todo ahí apestaba y las jetas de la gente eran de bronca, unas viejas se rieron cuando les dije que era la esposa del Julián.
 
─Pus apúrese para que alcance algo de lo que le está tocando a la Chole.
 
─Caminé hasta donde me dijeron: pisando lodo, piedras y la suciedad que atascaba ese lugar. Me acerqué al cuarto aquel y sólo pude oir puros pujidos y palabras a medias, la puerta de tan desvencijada no tenía seguro, así que me metí sin hacer ruido, muy quedito. Medio ví a los dos encuerados revolcándose en un camastro. Ella nomás gritaba: ”Más, más, quiero más”, y él le contestó. ”Soledá tas acabando conmigo ya estate”.
 
─Después, lo único que me acuerdo es que unas señoras me defendían de una bola de choferes de sitio quesque me querían linchar porque a su compa le había encajado un desarmador. Unos muchachos que estaban ahí les dijeron a los polis
que el chofer me estaba jaloneando cuando agarré el desarmador y creo que  lo maté. Y por eso estoy aquí.
 
─No, pus tá cabrón —dijo la otra—.
 
─Y dígame. ¿que chingaos pasó con el tal Julián?
 
─¡Ah! pus a ese no le dije nada. Sólo me juí para que su Soledad acabara con él. 
 
 
Octavio Gutiérrez  
Naucalpan,  abril 2011