jueves, 11 de febrero de 2016

El Rapto
 
 
De verdad, él nunca quiso robársela. José María Márquez, mayordomo de la finca, leal como hombre y fiel como el más fiero de los perros del patrón. Después de diez años desde su nombramiento por el patrón como mayordomo a la muerte de su padre Venancio, jamás había pasado por su mente la posibilidad de robar o mentir a quien le había entregado toda su confianza.
 
​A los treinta años aún permanecía soltero. Sus múltiples responsabilidades en la hacienda no le permitían desviar su atención hacia acciones o actitudes diferentes a su trabajo o al cumplimiento de las tareas  encargadas por el padre Clemente, el párroco, quien cada ocho días llegaba a la finca a celebrar misa.
 
​A últimas fechas y dado el desasosiego que generaba el constante ir y venir de gavillas de revolucionarios y de vulgares ladrones, estaba bastante ocupado designando vigías y oteadores que le avisaran oportunamente la proximidad de tales grupos para poner a buen recaudo a las seis hijas y a la esposa del patrón.
 
Cuando se daba la alerta, el patrón y algunos de sus mejores hombres salían a toda prisa del casco de la hacienda dejando un rastro fácil de seguir para que los Carrancistas, Zapatistas o Federales emprendieran su persecución y dejaran en paz la propiedad y a las mujeres de la hacienda que estaban bien escondidas.
 
​Para tales ocasiones, José María, “Chema” como le llamaban todos de cariño, tenía preparados costales de maíz y algunos animales que le ofrecía a la tropa y les indicaba el camino por donde se había huido el patrón con las armas y las mujeres. Los rebeldes o los federales tomaban los alimentos y emprendían la persecución de los escapados. Dos leguas adelante el patrón y su grupo se internaban en una cañada casi inexpugnable; sólo unos cuantos continuaban huyendo dejando rastros falsos y más adelante también se escondían. Cuando los perseguidores se daban cuenta del engaño ya estaban muy lejos para regresar a la hacienda, además con los alimentos confiscados preferían seguir su camino.
 
​De esa forma lograron sobrevivir hasta casi el final de la revuelta. Para desdicha o suerte de Chema llegó nuevamente el “Tuerto Luciano” quien ya en otra ocasión se había ido frustrado por no lograr más de tres o cuatro costales de maíz, un marrano y cuatro chivos, pero ni un arma y menos mujeres,  lo que más apreciaban después de meses de andar por los cerros.
 
​Ese día, como siempre, el patrón y algunos peones escaparon a tiempo para despistar a los bandoleros. El Tuerto, taimado como era, algo sospechó y esta vez no salió tras ellos: Chema al darse cuenta, inmediatamente se escondió bien armado junto con las mujeres en un recoveco del aljibe expresamente preparado para eso.
 
​El Tuerto buscó por toda la hacienda: alimentos, armas, animales o mujeres. Luego de ocho años de revuelta y asaltos sin fin, en la Finca ya no quedaba casi nada que se pudiera robar. Encorajinado prendió fuego a la troje o lo que quedaba de ella y siguió su camino, dejando tras de sí una estela de desolación.
 
​Al escondite, en apariencia ideado desde la guerra de Reforma y posteriormente acondicionado: primero habían entrado las molenderas y las mujeres encargadas del servicio de la casa, luego la esposa del patrón y al final las seis hijas. La última fue Loreto, la más chica. En la boca del socavón quedó Chema armado hasta los dientes. Poco a poco, el apretujamiento hizo que el calor de la cercanía de Loreto diera a Chema fuerza y valor para defender las galas que le había encomendado el patrón. Luego, conforme escuchaban que afuera volvía la calma, los cuerpos se relajaron y con sorpresa Chema se descubrió aprisionado por los brazos de Loreto.
 
​Seguro de que ya se había ido el Tuerto, Chema hizo el primer movimiento para salir del escondite. Los brazos de Loreto en vez de soltarlo, con fuerza inaudita le hicieron girar hacia ella y sin más, le plantó un ardiente beso en la boca ante la sorpresa de Juana, la hermana que estaba detrás de ella,  quien con un silencio cómplice atestiguó el nacimiento del romance.
 
​Como era de esperarse, aquella chispa encendida en el aljibe provocó el inicio de una pasión a todas luces imposible. Primero por la diferencia de edades y luego por el estatus social que en esos lugares aún era respetado por todos frente al patrón.
 
​No pasaron ni dos meses antes de que la mamá se enterara de aquella situación y decidiera tomar cartas en el asunto. Primero habló con su hija Loreto,  después con Chema. Encontró sólo silencio, cabezas gachas y una tozudez digna de la mejor de las mulas de la hacienda.
 
​Una noche Loreto vió como su madre entró en el cuarto que le servía de oficina a su papá y al que nadie sin permiso expreso podía entrar. Intuyó de inmediato la tormenta que se iba a desatar. Tomó algo de ropa, se enfundó en unos pantalones viejos de su padre y corrió a buscar a Chema quien estaba a punto de acostarse. Le urgió vestirse y tomar un par de carabinas, y casi a rastras lo llevó al corral donde ensillaron los dos mejores caballos y salieron de la hacienda a todo galope. La luna llena como un gran farol iluminaba la brecha que los enfilaba hacia la libertad.
 
​La furia del patrón creció al percatarse de la huida de los palomos. Salió de inmediato tras ellos alcanzándolos de madrugada en la misma cañada en donde él y sus hombres se escondían cuando huían de las gavillas revolucionarias.
 
​Los vaqueros que lo acompañaban al principio se negaron a disparar sus armas contra la pareja. Luego, no muy convencidos iniciaron el tiroteo contra Loreto y Chema aunque con muy mala puntería. Cuando el patrón se dio cuenta del embuste, él mismo empezó a disparar. Pasados unos minutos apareció una bandera blanca en la boca de la cueva donde estaba la pareja. Cuando cesaron los disparos salió Loreto de la cueva y se encaró con su papá.
 
​─ ¿Papá a quién quiere usted matar?
 
​─ Al infeliz de Chema. Tú quítate de ahí.
 
─ ¿Y por qué lo quiere usté matar?
 
─ Por haberte secuestrado. ¡Te digo que te quites!
Le gritó con más fuerza.
 
─Pos entonces primero máteme a mí, yo fui la que me lo robé y pa’ que lo entienda, antes de que lo mate a él, pasa usted sobre mi cadáver, así que comience a disparar. Y abriéndose la blusa subió a un montículo donde su padre la pudiera ver mejor.
 
Cerca de las doce del día, y bajo un sol canicular entró toda la caravana a la hacienda, donde las mujeres al percatarse de que Chema no estaba entre el grupo rompieron en un mar de lágrimas. Los peones compungidos y estrujando sus sombreros, esperaban expectantes el desenlace de aquella aventura.
 
El patrón ayudó a Loreto a bajar del caballo y se dirigió a su esposa.
 
─ Guarda a esta muchacha voluntariosa y que no salga de su cuarto hasta que llegue Chema con el padre Clemente….
 
 
 
Octavio Gutiérrez
FES Acatlán. Junio 4 del 2014
 
 

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