miércoles, 3 de febrero de 2016

SOLEDAD

SOLEDAD
Octavio Gutiérrez
 
— ¿Oiga y a usté por qué la trajeron?
La pregunta rebotó por las  paredes de la estrecha celda sin que en ningún momento lograra entrar en los oídos de Adriana.
 
— Oiga, vamos a estar muchos días juntas y me gustaría saber con quién voy a compartir esta piojosa celda. ¿Es usté drogadicta, ratera, asesina? ¿O qué carajos hizo pá que la trajeran?
 
Nuevamente, el eco de las voces de la otra rea se fue desvaneciendo hasta no dejar más que su recuerdo. No hubo respuesta.
 
Adriana reaccionó, pero en su interior, como si le hubieran rebobinado la memoria, dando inicio, de nueva cuenta, a la película de sus recuerdos presenciada a diario con o sin su voluntad; sólo que esta vez sin saber por qué razón, como torrente desbordado y lleno de vehemencia, salió de su boca gruesa y perlada el relato de su desgracia.
 
─Sí, de verdad que  tiene razón, quizá vamos a pasar largo tiempo juntas, así que primero le voy a contar lo que me pasó, para que haga juicios, y ya luego usted me platicará por qué la trajeron  aquí.
 
─Me llamo Adriana Ortega y soy de Zacatecas, de un pueblito que se llama Cárdenas creo que por Tata Lázaro, y que está como a un día de la capital, no porque esté muy lejos, sino porque hay que dejar la carretera y llegar en mula o burro, cruzando cerros secos y cañadas secas y ríos igual de secos. Y cuando llueve, que es bien pocas veces, pá que le cuento, que no se puede ni llegar.
 
─Y pues ahí me casé con Julián, el hijo de mi padrino Julián y que lo único que sabía era trabajar la tierra y cuidar los chivos, que por ahí hay muchos, o había. Y luego tuvimos dos mocosos, Julián y Pedro como mi papá.
 
─Pues resulta que llegó la seca hace tres años y no lo  va a creer, pero ya no ha llovido desde entonces, y lo que de por sí era tierra árida, se volvió más requete seca.
 
Luego de varios minutos en los que Adriana retomó el aliento, mismos que a su compañera de celda se le hicieron eternos, continuó.
 
─Como le iba yo diciendo, allí en Cárdenas mi marido se quedó con el rancho de mi padrino, mismo que con la seca dejó de dar maíz y frijol, y luego se fueron acabando los chivos, unos se murieron y otros nos los comimos. Hasta que un buen día me dijo el Julián:
 
─Me voy a México con mi compadre Ulogio. Anduvo por aquí y dice que aunque sea de su ayudante, él me consigue chamba.
 
─Yo no estaba muy convencida, porque el tal Ulogio es muy canijo, pero ya ve usté, ellos nunca nos toman en cuenta.
 
─En cuanto llegue y empiece a trabajar te mando dinero y ya sea que ya llueva y tons me regreso, o de plano ustedes también se van para allá.
 
─Todo eso me dijo cuando se vino a la capital. 
 
─Y luego ahí tiene que me escribe y me dice que nomás no se halla, que casi no hay trabajo, que se siente muy solo y que luego que encuentre trabajo me manda dinero y que luego y que luego y puros luego y como no veía nada claro me puse a trabajar de sirvienta en Zacatecas, sólo que con dos escuincles no duraba mucho en ningún lado.
 
─Ya para Navidad que me llega otra carta en que me decía que no tenía trabajo fijo y que de algunas chambas apenas sacaba pa mal comer y pagar un cuarto donde  pasaba las noches sin dormir y también “cargando esta soledad que bien que me está jodiendo y acaba conmigo, me desespero y no sé qué hacer”.
 
─Y yo lloré y lloré porque pus también yo me sentía sola. Hasta que un día  mi
patrona de tanto verme llorar, me preguntó  que, qué tenía y yo le enseñé la carta, la leyó y me dijo.
 
─ ¿Pos pá qué lo deja solo? Ande vaya y no deje que la soledad acabe con su marido y luego con usté, es ley de la vida que donde quiera que vaya el hombre, ahí debe estar la esposa ─me sermonió—. 
 
Y ahí tiene usté que le encargo a la seño a mis criaturas y que me vengo a la capital pá ayudarle al Julián y pos también para que la soledad no acabara con él.
 
—Cuando llegué a la estación me acordé bien de lo que me dijo mi patrona. Fui a un sitio donde el único taxi que había era un bochito rete viejo con decirle que la puerta estaba asegurada con un desarmador pa que no se abriera. Le dije al chofer con mucha seguridá la dirección; y cuando me preguntó que por donde era, le di las señas como si deveras la conociera. Pero va usté a creer que el del sitio bien que se las olió que yo no era de aquí y me anduvo tanteando hasta que le grite a un policía y ya me llevó a la casa del Julián. Cuando le quise pagar me dijo que mejor me esperaba por si no me quedaba, ya que por ahí era rete peligroso y no entraban los taxis.
 
─Entré en una vecindá muy vieja. Todo ahí apestaba y las jetas de la gente eran de bronca, unas viejas se rieron cuando les dije que era la esposa del Julián.
 
─Pus apúrese para que alcance algo de lo que le está tocando a la Chole.
 
─Caminé hasta donde me dijeron: pisando lodo, piedras y la suciedad que atascaba ese lugar. Me acerqué al cuarto aquel y sólo pude oir puros pujidos y palabras a medias, la puerta de tan desvencijada no tenía seguro, así que me metí sin hacer ruido, muy quedito. Medio ví a los dos encuerados revolcándose en un camastro. Ella nomás gritaba: ”Más, más, quiero más”, y él le contestó. ”Soledá tas acabando conmigo ya estate”.
 
─Después, lo único que me acuerdo es que unas señoras me defendían de una bola de choferes de sitio quesque me querían linchar porque a su compa le había encajado un desarmador. Unos muchachos que estaban ahí les dijeron a los polis
que el chofer me estaba jaloneando cuando agarré el desarmador y creo que  lo maté. Y por eso estoy aquí.
 
─No, pus tá cabrón —dijo la otra—.
 
─Y dígame. ¿que chingaos pasó con el tal Julián?
 
─¡Ah! pus a ese no le dije nada. Sólo me juí para que su Soledad acabara con él. 
 
 
Octavio Gutiérrez  
Naucalpan,  abril 2011
 

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