miércoles, 10 de febrero de 2016

Taller de cuento

Taller de cuento
 
Rocío subió al auto visiblemente alterada, respiró profundo , apretando las mandíbulas se dijo en voz baja: Hoy es un día igual a tantos otros donde he salido adelante; no, no va a ser diferente.
 
​Se enfiló hacia el norte de la ciudad. En voz alta inició un discurso de reclamo: “Pero como no me di cuenta antes, si es tan obvio, pero tengo la ultima ficha y Orlando se va a llevar una sorpresa”
 
​La semana anterior, cuando finiquitaba con el gerente del restaurante el arreglo para iniciar el siguiente taller de cuento, éste le preguntó en forma casual y sin asomo de recriminación o queja, si por pura curiosidad había investigado por qué sólo un alumno estaba terminando el taller, si se habían inscrito diez.
 
​No, Rocío contestó honestamente, añadió que se iba a comunicar con todos y a manera de encuesta les pediría platicar cada uno sus razones para no terminar el taller.
 
​El resultado empezó a inquietarla: En los nueve casos, después de varias llamadas, nadie contestó; verificó los números telefónicos registrados por su celular, eran los mismos de marcaciones anteriores, hechas por ella en llamadas realizadas para confirmar la inscripción o informar de alguna modificación en las tareas o de libros a leer antes de llegar a la siguiente sesión.
 
​En forma paralela, envió correos electrónicos a todos, el resultado fue el mismo: todos fueron rechazados por el servidor con la leyenda de “cuenta desconocida”. El asunto empezó incluso a quitarle el sueño. En una de sus duermevelas logró tomar con la punta de los dedos el hilo del problema, y ahora estaba convencida de tener todas las fichas del dominó en su sitio.
 
​Orlando Díaz Nava, cuando se unió al grupo en la segunda o tercera sesión, rápidamente se ganó la confianza y admiración de los otros nueve participantes. Les comentó que ya había trabajado algunos cuentos, mismos que deseaba perfeccionar y seguir trabajando algunos otros en el taller. Les dijo que sus cuentos los iba a firmar como “Odín”, un acrónimo tomado de las primeras letras de su nombre y apellidos.
 
​Platicando con los demás participantes, Orlando les pidió permiso de usar sus nombres para bautizar a los protagonistas de los cuentos que pensaba trabajar durante el taller, situación festejada por todos, ya que casi les ofrecía la inmortalidad al tener sus nombres en una historia.
 
​Ahora, a Rocío le quedaba todo más claro. Recordó de pronto lo que a partir de esa fecha empezó a suceder y que ya le daba más luz a la situación: en la siguiente sesión el primero que faltó fue Adán y casualmente en esa sesión el protagonista del cuento de Orlando era Adán; en la siguiente la protagonista era Anette y desde esa sesión empezó a faltar Anette, y así sucesivamente. Conforme aparecían los participantes del taller como protagonistas de los cuentos de Orlando, ellos iban dejando de asistir.
 
​Rocío dejó su auto, entró al recinto asignado por el gerente del restaurante para dirigir su taller. En la entrada estaba el cartel anunciando su siguiente curso, le dio una mirada y le pareció ver algo no del todo correcto, pero llevaba prisa y ahora lo único seguro era ya estar ahí. Orlando tendría que llegar de un momento a otro. La sudoración de sus manos le molestaba, era algo que sólo había padecido en la adolescencia, y ahora le incomodaba pues le llegaba el recuerdo de esa infortunada época.
 
​La noche anterior,  en la enciclopedia,  confirmó que Odín era el Dios supremo en la mitología escandinava, quien se encargaba de escoger entre los guerreros valientes a aquellos que podía convertir en héroes, y enviaba a sus Valquirias a ayudarles en la batalla, o bien, a trasladarlos al Valhalla si caían en el combate.
 
​ Poetas y juglares se encargaron posteriormente en sus historias y cuentos de agregar a Odín la virtud o vileza de elegir a aquellos mortales que le fueran agradables y a su capricho concederles la inmortalidad llevándolos también al Valhalla.
 
​A las cinco en punto  apareció Orlando, la saludó con un beso en la mejilla. Rocío se preparó para el interrogatorio que llevaba preparado, él en forma por demás entusiasta le pidió le permitiera leer el cuento que traía para esta ocasión, y lo hizo en forma tan vehemente que Rocío aun contra su voluntad, tuvo que sentarse a escuchar el relato.
 
​El cuento, aunque con  errores de ortografía y sintaxis, por su argumento la atrapó de inmediato. Pronto se vio envuelta en el torbellino de la historia, haciendo grandes esfuerzos pretendía mantenerse alerta y aferrada a su enojo, más cuando escuchó su nombre como la protagonista de la historia, palideció y empezó a percibir una sensación muy rara, Orlando en cada momento se veía más grande y ella cambiaba su ángulo visual. Parecía como si ahora estuviera sobre  el escritorio teniendo arriba de ella los ojos de Orlando y no sentada en la silla de enfrente como un momento antes.
 
Hizo un último esfuerzo por mantener su posición original, y en ese instante descubrió  lo extraño del anuncio de la entrada: el nombre de la persona que impartiría el curso era el de Orlando Díaz Nava, su dirección electrónica para informes decía: odin@gmail.com. Se dio un golpe en la frente con la mano y cuando quiso reclamar la felonía, sólo pudo sentir como Odín la doblaba cuidadosamente y la colocaba junto a los demás cuentos que llevaba en su portafolio.
 
Octavio Gutiérrez
Naucalpan, mayo 15 del 2011.   

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